1952: modernidad y revolución
Dr. Arq. Jorge Nudelman
(Montevideo, Uruguay)
Viernes 19 de Mayo - 12:30 hs.
Con la aprobación, en 1952, del nuevo Plan de Estudios de la Facultad de Arquitectura, se produce una revolución que ha sido poco analizada desde la crítica. Se han aceptado sus enunciados ideológicos, dando por sentado que la (enseñanza de la) arquitectura mejoraría como consecuencia de orientarse a los intereses sociales. Por la transitiva, se aceptó desde ese momento que los cambios sociales se pueden producir desde lo académico. Se ha sostenido, desde cierta «plataforma 1952», que enfocarse en la pertinencia socio-política de los contenidos –y menos en la disciplina- genera en el estudiante un compromiso que asegura su continuidad ética con la «realidad». La arquitectura será entonces una herramienta para «organizar», sustituyendo el concepto de «composición». La «organización» era ciertamente la clave de las revoluciones, lo que identificaba a la (Facultad de) Arquitectura otra vez con alguna vanguardia, esta vez no artística como en las primeras décadas del siglo XX, sino política; un ciclo parecía cerrarse.
Se conquista entonces, con violencia hoy olvidada, un plan que enfatiza la relación con la sociedad, sobre todo con sus sectores más débiles, con las firmas de algunos docentes y la del Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEDA), que reclama un protagonismo ciertamente bien ganado. Su «Exposición de motivos» fue un texto mitificado; es indudablemente un manifiesto político de cuya autoría los estudiantes han presumido. Hay que rememorar las luchas por la autonomía de 1951, de las que el «plan del 52» puede leerse como un efecto, una batalla victoriosa de la revolución en marcha, cuya energía perdura en la dura pelea por su implementación durante 1953, y que –en una lectura optimista- seguiría con la conquista de la Ley Orgánica de la Universidad en 1958, coincidente en su orientación socializante.
Después de 1964, cuando se produce una reacción crítica finalmente silenciada (analizada oportunamente por Mary Méndez1) el Plan de Estudios de 1952 se instituye como una palanca de transformación territorial y, por ende, herramienta política.
La discusión abierta por el claustro de 1964 se apaga definitivamente en octubre de 1973: el ataque a la academia a manos de la dictadura expulsa a la mayoría de los docentes y termina facilitando la desarticulación de la ideología de 1952 sin que los interventores pretendan siquiera reconstruir la ya arcaica noción de arte ―incluyendo el arte urbano― desechada entonces. La coincidencia temporal de la «intervención» con el debate revisionista internacional –léase posmodernismo- termina minimizando la discusión y se produce un hiato teórico jamás reparado. La resistencia antimoderna de izquierda en la década del setenta no se comprende; por el contrario, es vista con desconfianza.2 Progresismo y modernidad habían generado ya una alianza mitológica.
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